¿Habéis alguna vez sido decepcionados por falta de la certeza? Pues os quiero contar un cuento de una ardilla quien también apetecía la certeza para sus tres nueces.
Con los vientos soplando y levantando fuerzas; teniendo los rayos del sol tan sólo calentar ya poco, se acercaba el invierno y se despedía el otoño. Todas las criaturas de la arboleda se preparaban para los meses en que ya la temporada no sería cálida como antes. Los búhos acomodándose en los agujeros de los árboles con sus pequeños. Los vulpes también recolectaban a sus pequeños, escondiéndose debajo de la tierra para ser calentados y a salvos. Muchas de las aves se despedían de sus amigos, porque volarían al sur en los próximos días. Y los venados alegres brincaban de tronco a tronco de árboles caídos, pues a ellos les encanta el frío. Igual con los alces, se metían en las aguas para pescar y comerse pedazos de hierba dulce.
Pero como en cada mundo pequeño, siempre hay algo desequilibrado. He ahí en la arboleda había una ardilla quien no encontraba en donde enterrar sus nueces para el invierno. Porque habían otras ardillas y animales pequeños que cavaban para comida. Y ella no quería que sus nueces fuesen robadas, se quedaría sin comida para el invierno. Pues la ardilla se frustraba porque ningún lugar era seguro, intento cerca del río, pues la mayoría temían el agua; pero los peces grandes pudriesen comérselas.
«¿En dónde las escondo, en dónde las escondo?» se preguntaba en sí, volteando de lado a lado. «¿Podría ser en el campo? ¡No! porque el año pasado me las robaron los ratones.» Se arrimó a las pierdas y averiguó si era un sitio bueno, pero siempre decidió que no. Porque estaban las hormigas buscando comida por ahí y pudriese ocurrir que se llevasen las nueces. Fue al pasto, donde había arbustos pero allí estaban los conejitos comiendo de ellos: «¡Ay! pues todos los lugares están ocupados por los demás. No encuentro en donde enterrar mis nueces.» Y del árbol, el búho nada más observaba en cómo la ardilla batallaba. Llegó la ardilla al árbol en donde habitaba el búho y rendida, cayó exhausta. «¿Qué te pasa ardilla? ¿No puedes hallar un sitio en donde esconder tus nueces?» Y la ardilla no le dijo nada, pues ya estaba fastidiada. Y el búho tan amoroso y considerable le dijo a ella: «Si quieres, me las podrías encargar para cuidártelas para que no te las quiten.» Mas la ardilla no confiaba en él, le dijo: «No gracias.» y siguió con su jornada.
Encontró la ardilla un sendero en donde podría enterrar su primera nuez. E hizo tal cosa pero pasó un carromato y los caballos trotaron tan fuerte que aplastaron a la nuez en pedacitos.
La segunda nuez la enterró cerca de un árbol que tenía raíces gruesas. Y sobre el tiempo, las raíces se extendieron y se perdió la nuez entre ellas.
Volvió de nuevo en donde estaba el búho y éste dijo: «No fueron lugares seguros en donde enterraste a tus nueces.» y le explicó por qué. «¿Qué harás con la tercera?» Tristemente agachó la faz la ardilla, pues ya no le rendiría suficiente comida para el invierno. El búho luego descendió de su hogar al suelo para consolarla y le dijo: «Mira, confía en mí. Entrégame tu última nuez, yo la cuidaré. Y además, si quieres, también te hospedaré en mi propio nido. ¿Qué te parece?» Y así ocurrió, la ardilla acompañó al búho y al momento de entrar a su nido, vio un montón de nueces que el búho había recolectado hace un tiempo porque sabía que la ardilla las necesitaría. La ardilla no sabía que decir, lloró de alegría y le dijo: «Gracias Búho. En verdad no sé qué más decirte; gracias.» y le abrazó.
He ahí, la ardilla no solamente encontró un lugar seguro para sus nueces, sino también refugio para ella misma. El búho le enseñó a la ardilla que con él, ella siempre encontraría la certeza. Y que él la estaría cuidando de una distancia.
Escrito por: Ramiro Zamora Jr.